Artículo
del Dr. Arnoldo José Gabaldón, publicada en Prodavinci
(18.03.2017)
Venezuela se encuentra en uno de sus peores momentos en los
últimos 100 años. Si esa situación fuese el resultado de circunstancias
puntuales o coyunturales, podríamos tener la certeza de que ella sería
superable tarde o temprano. Pero si lo que estamos padeciendo constituye una
tendencia regresiva de su sociedad, con dimensiones culturales, antropológicas,
políticas y económicas, entre otras, rebasarla exigirá esfuerzos colectivos
muy complejos y de más largo aliento.
¿A
qué denomino una tendencia regresiva de atraso nacional? A un
proceso que discurre por tiempo prolongado y dentro del cual un conjunto
de parámetros representativos del bienestar y evolución: espiritual,
intelectual y material, de una nación, se ven desmejorar
constantemente, conformando así una tendencia. Me refiero por ejemplo,
cuando se estanca o disminuye su producción de bienes y servicios. Al
registrar una disminución constante de la productividad nacional. Al
apreciar como aumenta la pobreza, siendo esta la manifestación más
ostensible del atraso de una nación. Vemos mermar la producción de artículos
científicos y el registro de nuevas patentes. Se destartala la
infraestructura física, sin que surjan fuerzas sociales capaces de impedir tal
situación. Las instituciones se degradan y especialmente hemos tenido un
tremendo retroceso en la aplicación de la justicia. La seguridad ciudadana se
hace cada vez más aleatoria. Los servicios públicos se desmejoran. Los
índices de salud se retrotraen a valores alcanzados anteriormente, como
es el caso de la mortalidad y morbilidad por algunas enfermedades. La
desnutrición infantil aumenta y marca para siempre a un porcentaje alarmante de
población. El deterioro de la calidad de la educación a todos
los niveles, se hace visible y la degradación ambiental, es también
rampante.
Por
ejemplo, ¿qué le viene ocurriendo paulatinamente a nuestra principal Casa de
Estudios, la Universidad Central de Venezuela? cuando percibimos una erosión
continua de sus cuadros profesorales, por el éxodo de talentos que está
ocurriendo en el país, pero además se deterioran por escaso o nulo
mantenimiento sus edificaciones y urbanismo que son patrimonio de la Humanidad.
Deseo
llamar la atención sobre la tendencia al atraso nacional que estamos observando
en las últimas tres o cuatro décadas, después de haber logrado anteriormente
niveles de progreso superiores en América Latina, como puede fácilmente
documentarse. Cuando una tendencia de esa naturaleza persiste durante
largos años es que puede calificarse de verdadero periodo de retrogradación
histórica nacional. ¿Y puede alguien negar que eso no sea lo que hemos
presenciado las últimas décadas en Venezuela? Uno de los síntomas más graves de
ese proceso, es cuando el alma colectiva desfallece víctima de la desesperanza,
como acusamos en la actualidad. ¿La grave fuga de cerebros que estamos
sufriendo, no es una reacción social condicionada a ese fenómeno?
Lo
que más perturba es que ese tipo de procesos no tienen duración anticipable.
Axel Capriles (2017), cita al historiador E.R. Dodds, quien expone en su
libro: Paganos y Cristianos en una Era de Ansiedad, “cuando Marco Aurelio subió
al poder, ninguna campana sonó para alertar al mundo que la pax Romana estaba a
punto de terminar y ser sucedida por una era de invasiones bárbaras, guerras
civiles sangrientas, epidemias recurrentes, inflación galopante e inseguridad
personal extrema.” ¿Quién puede negar que el Imperio Romano había entrado a
partir de ese tiempo en una tendencia profunda de regresión?
¿Por
qué estamos detenidos o en pleno retroceso? Debe ser preocupación de nuestros
científicos sociales, historiadores, sociólogos y economistas, entre otros,
indagar a fondo sobre las posibles causas del fenómeno que estamos constatando,
para que se facilite encontrar los factores que puedan reversarlas.
¿Cuáles pueden ser algunas hipótesis a examinar? ¿Son acaso causas entroncadas
con nuestro desarrollo sociohistorico más remoto? ¿Fueron factores geopolíticos
o geoeconómicos, los que han contribuido a este desfalco de monstruosa magnitud
a nuestra sociedad? ¿Fue la cultura rentista que se anidó en nuestro cuerpo
social a lo largo de décadas después de 1920, la responsable de esta situación?
¿Hay un proceso de involución cultural que a su vez fue inducido por los
hábitos rentistas? ¿Ha sido la mala calidad política-administrativa de los
últimos gobiernos la responsable de la regresión nacional que se observa? A lo
mejor es una conjunción de tales causas. Son por lo tanto diversas las líneas
de investigación que hay que adelantar.
Alberto
Adriani, uno de nuestros más preclaros intelectuales estudiosos del desarrollo,
apuntando en esa dirección, había dicho antes de la muerte del Dictador Juan
Vicente Gómez, que los estilos de vida de una sociedad podían ser adversos o
propiciatorios del progreso; y que la austeridad y la vida sobria eran hábitos
favorables en ese sentido. En tal contexto, se declaraba contrario a los
patrones de consumo suntuarios y exagerados, que ya empezaban a manifestarse en
Venezuela, apenas iniciado el modelo económico rentista en los años treinta del
siglo pasado. En 1931 Adriani alertaba: “Muchos de los beneficiados por los
años de prosperidad y otros por seguir su ejemplo, fueron los constructores de
lujosas mansiones, los pródigos viajeros de los viajes de placer, los
consumidores de automóviles, victrolas, licores, sedas, perfumes y otros
artículos de lujo” (Adriani, 1998)
Esos
estilos de vida y otros mucho más nocivos que se fueron engendrando con el
tiempo, como la baja propensión al ahorro, el incumplimiento laboral que incide
tan seriamente sobre la productividad, el despilfarro de los dineros públicos,
la improvisación, la corrupción administrativa a todos los niveles en
los sectores público y privado, el irrespeto a las instituciones y a las
leyes, características entre otras, de nuestra población, fueron constituyendo
la matriz dentro de la cual se ha gestado la sociedad venezolana que ha tenido
actuación durante el último medio siglo.
No
hay que confundir el estancamiento económico, por el cual han pasado muchos
países en algún momento de su historia, especialmente los que están atados a la
volatilidad de un mono producto de exportación, con los síntomas de un
retroceso societal. Sabemos que los primeros obedecen a ciclos económicos que
son superables a través de políticas públicas acertadas. Sin embargo, más
se asemeja nuestra crisis por sus secuelas a las de una guerra de grandes
proporciones que hubiese azotado al país y que tuvo diversas manifestaciones
negativas, espirituales y materiales.
Ahora
bien, ese proceso no se inició con el presente régimen. Éste es un síndrome de
él, como han expuesto diversos analistas. Las horrendas verrugas de
ineficiencia, irresponsabilidad, corrupción, despotismo, insensibilidad social,
que han aflorado como sus características más conspicuas hoy, se venían
gestando desde antes. Pero han llegado ahora a su clímax y por eso nos resultan
intolerables, siendo urgente por lo tanto conducir un profundo cambio político.
Pero hay que alertar: ese cambio aspirado por las grandes mayorías, no arrojará
resultados positivos, si al mismo tiempo no se actúa sobre las causales del
fenómeno esbozado.
Estas
son las tristes realidades y dilemas que a la sociedad venezolana le toca
confrontar en el presente. Y en tal contexto nos cabe plantearnos ¿si acaso
existen bases para sustentar algunas esperanzas de cambio positivo? Diría que
sí, pero ello debemos abordarlo con prudencia razonable, para no crear
falsas expectativas o inducir a pensar que la hazaña es fácil. Veamos.
No
se ha perdido todavía la propensión social a vivir en democracia y ese es un
antídoto muy importante para luchar contra el despotismo imperante.
¿Cómo
puede esperar un destino lamentable a un país con tan exuberantes recursos
naturales de todo tipo: agua, energía, aceptables extensiones de buenas tierras
para la agricultura y clima tropical, entro otros? Lo que nos hará falta dentro
de un proceso de reconstrucción nacional, es aprovecharlos con políticas
públicas más inteligentes, creativas y bien instrumentadas.
Aun
contamos con un sector privado productivo, que aunque muy averiado,
puede reaccionar favorablemente ante una mejor conducción política y ser
protagonista de un proceso de recuperación económica.
Tenemos
una iglesia unida que puede coadyuvar mucho al desarrollo espiritual y material
de la población.
Existe
una buena disposición ciudadana a la participación social, indispensable para
mejorar el desarrollo humano.
Y
lo que es más importante, no todo el talento nacional se nos ha fugado y hay
razonable posibilidades de que algunos de los que se han ido regresen a su
patria, si son atraídos con estímulos apropiados.
Poseemos
una infraestructura física que podemos recuperar, e igual hacer con las
instalaciones de la industria petrolera, que han sido tan mal manejadas y
mantenidas en los últimos tiempos. La industria petrolera nacional, puede
volver a ser una importante palanca del desarrollo, si la abrimos al capital
privado nacional y foráneo.
Lo
que nos hace falta ahora es recuperar el espíritu nacional. Sacar provecho de
las experiencias adversas que hemos sufrido. De esta crisis tenemos que sacar
lecciones útiles. Replantearnos nuestras propias conductas individuales y
colectivas. Apartar los malos hábitos creados por la cultura rentista. Y añorar
un liderazgo luminoso que ponga por delante los intereses de Venezuela, ante
los propios.